domingo, 17 de septiembre de 2017

IIAAV #3

Roja espera

La estación estaría envuelta en sombras. Como siempre. Las reformas del subterráneo habían dejado de lado aquel andén, convirtiéndolo en un lugar seguro. Convirtiéndolo en su hogar.

De vez en cuando las luces artificiales se encendían y podía escuchar al carro de mantenimiento en las vías abandonadas. Había veces que se molestaba en alejarse,en un pequeño acto de bondad hacia la humanidad a la que ya no pertenecía. A veces no.

De esos momentos había nacido su leyenda,y tan solo se había enterado que ese era su estatus cuando lo escuchó de la voz de unos incursionistas urbanos. Los dejó ir esa vez,sin darles siquiera una pizca de lo que buscaban... ella. En su mente aquello era lo mejor que podía hacer por quienes le hicieron sentir (en su habla, en su entusiasmo casi infantil por la leyenda que era ella misma) que podía olvidarse del verdadero motivo por el que estaba allí. El motivo por el que esperaba todos los días, sin excepción, a que la muerte le llegará de una vez por todas.

Pero no llegaría nunca. Al menos no para ella.

A pesar de que podía salir durante el día, ya que su habitáculo no sería besado por los rayo solares, todo era más leve durante la noche, por eso la prefería. Su mente estaría más atenta, menos letárgica. Sus sentimientos estarían aplacados por el millar de estímulos que ofrecía el silencio inhumano de las profundidades. No sentiría tanto la culpa que la acompañaba eternamente. Su vientre no parecería sangrar, aunque en el fonda siempre lo haría, tiñendo de rojo el vestido que llevaba aquel día, cuando todo se vino abajo, cuando salió corriendo de la oficina médica y se lanzó a la oscuridad del subterráneo dónde encontraría su final... su principio.

Seguía quedándose allí a pesar de todo. Por las dudas, por si acaso todo había sido un sueño, por si todo en su cuerpo seguía en su lugar, por si descubría que nada la había mordido, que no se quemaría en la luz... que los intrusos no sabían tan rico.

Un sonido la sacó de sus cavilaciones. Estaba cerca,lo suficientemente cerca. En una noche normal no le importaría escucharlo, pero desde que había dejado ir a los incursionistas había un dolor incesante en su estómago que nada tenía que ver con su herida mortal.
Al instante sus fosas nasales se llenaron de su olor. Su maldito olor. Estaba conformado principalmente de alcohol, pero había algo mucho más estimulante mezclado.

−Mierda −se le escapó. Rara vez hablaba, pues no había nada a lo que hablarle, así que su voz se le antojó extranjera.

...

Ben trastabillaba por las escaleras sucias y abandonadas de la estación C. Había ido a parar allí tras una pelea en el bar, lamentablemente no podía decir que aquello fuera poco habitual. Tampoco era extraño que terminara en un lugar lejano, abandonado y oscuro y que al despertar no supiera cómo había llegado allí. Se podría decir que a esa altura Ben estaba acostumbrado a no entender nada de lo que le pasaba.

No recordaba por qué había iniciado la pelea ni contra quién había peleado. Solo tenía la vaga idea de que no había ganado. En parte porque estaba internándose en un agujero oscuro, en lugar de seguir bebiendo; en parte porque su ojo le dolía y podía sentir un largo río de líquido que salía de su nariz.

Iba a tener mucho que explicar en la mañana cuando llegara al trabajo. Tristemente, tampoco podía decir que fuera algo extraño encontrarse a las altas de la madrugada pergeñando excusas.

Logró llegar al final de alguna de las escaleras, era mucho saber cuáles, y se sentó para intentar examinar los daños y dejar que su cabeza se asentara y dejara de girar.

Dio un largo respiro antes de atinar a sacar un pañuelo de su bolsillo. Siempre llevaba un pañuelo de tela, gusto adquirido gracias a su abuelo, que le enseñó también lo que era un bar. Se apretó la nariz con fuerza y cerró los ojos para poder concentrarse en alguna idea sin que el mundo se empeñara en moverse. Fue entonces cuando lo sintió, frío, un frío que nada tenía que hacer en aquella noche de julio en Montreal.

Alzó la mirada, pero no vio nada. Su cuerpo, sin embargo, le indicaba que algo estaba allí, que algo lo miraba. Que algo lo cazaba. 

Se levantó alterado y trató de correr escaleras arriba. No sabía lo que estaba allí, la lógica indicaba que no podía ser nada, pero la lógica y él jamás se habían llevado bien. Y hacía frío, mucho frío.

Subió un par de escalones pero se tropezó y cayó al suelo, con tal habilidad que se golpeó la cabeza. Estaba acelerado, desesperado, pero su cuerpo le permitió levantarse otra vez y volver a correr.

No llegó lejos. Unas manos heladas le rodearon los hombros y en un parpadeo sintió algo punzante en la yugular. Y luego ya no sintió nada.


Basado en el video: Top 3 Scariest Canadian Urban Leyends of All Time! de Kaylena Orr

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